
I
El escriba, que vivió 54 años y y escribió durante 11, no sabía que mirar por la ventana le conllevase tan extraña consecuencia. Sin embargo, sentado todavía sobre su bien conservado asiento y apoyado en su escritorium, sostenía hábil, gracias a la costumbre, la pluma que tan bien dominaba como si se tratase de aire.
Primero elevaba su diestro no muy rápido, de hecho,casi torpe y quebradizo no parecía suyo pues la mano que lo terminaba era segura y siempre bien templada. Nunca erraba un movimiento, por complicada que fuera la grafía - que mientras dibujaba nombraba en baja voz- . Ese motivo propició que alguien deseoso de tener una transcripción perfecta de un códice a un libro vacío le contratase.
Tal suceso resultaba muy apropiado a nuestro escriba, quien no prestaba, pese a su devoción por el misterio de la letra- demasiada atención a lo que transcribía. Su arte no versaba a cerca de la comprensión o distinción de los enigmas del original; a su mente le placía la copia correcta y de innegable maña - nunca se diría qué libro era el original si el ligator hacía un buen trabajo.Y así fue.
Como digo era cosa de maravilla observarle aplicando su don al papel: cómo las facciones de su rostro proveían al admirador de información que le ayudaba a comprender aquello que sus frías manos no pronunciaban. En verdad que su tipo de pasión era la meticulosidad y esta requiere a veces de cierta frialdad pero nunca de displicencia.
Siempre solía tomar un descanso cada veintidós líneas.Le agradaba ese número. Cuando llegaba a la vigesimosegunda la pronunciaba entera. A continuación se levantaba lento pero la parsimonia le aminoraba, lejos de desanimarse se disponía a disfrutar de su pequeño paseo en la escribanía y ya en completa calma comenzaba a pasear.
Las paredes eran de piedra fría. No habría más de doce metros de largo y de ancho diez.Quizá seis de alto. Disponía de seis ventanas, dos de cuatro estaban enfrentadas y las otras dos, que más bien se trataba de ventanales, coincidían con los ángulos que formaban dos paredes cuando estas se plegaban hacía un punto común y regular formando un pentágono.
Su paseo consistía, similar al habitual, en rodear el escriptorium, más cercano a la puerta de salida que a los ventanales. Pero difirió de estos en que comenzó, sin embargo, por su derecha, de modo que cuando dio una primera vuelta y el azar le propuso cavilar sobre el curioso alboroto que padecía la villa ya desde dos meses atrás, giró sobre sí mismo y se encontró delante de un ventanal al que se acercó. Desde luego la visión que tuvo era particular pues él se esperaba alboroto y algún que otro fuego aquí y allá. Por esto, él, quien necesitaba de un ambiente apacible para no alterar su delicado ánimo, rechazó el bien considerado cargo de scriptarius y optó por dedicarse a la transcripción privada, profesión que le ofrecía una escribanía para su propio goce.
Al ver tan sólo un par de personas en el centro de la plaza su ser se llenó de preocupaciones. Tantas que se vio obligado a hacer una comprobación.
II
Cuando llegó a la calle ya no había nadie ni nada. Todo se hubo amontonado en un ángulo a su izquierda, justo en aquella parte que no pudo observar desde el ventanal. Fue hacia ésta acongojado, lleno de curiosidad y advirtiéndose que mejor no seguir hacia adelante dado que a cada paso que daba se dibujaba en el suelo todo aquello que había desparecido y que antes del misterio pertenecía por entero a la villa y existía desde antaño: aparecieron las piedras incrustadas, las que formaban una vía para caminar en ella y las que rodeaban la plaza y la fuente de ésta, aparecían los edificios a los lados del escriba y a pesar de la reaparición un montón amorfo y amenazante que contenía todas las cosas y materias del pueblo se hallaba en esa esquina. Entonces fue cuando recordó la última vigesimosegunda línea que había transcrito: se cuenta que descendió la colina, se acercó a él y aseguró que toda cosa se movía si era esa su voluntad".
Desde luego una declaración de esta condición podría haber extrañado a cualquiera y quizá al escriba asimismo pero su ánimo templado y estéril no le permitió advertir lo extraordinario que pudiera resultar tal suceso y su imaginación y memoria no se alteraron.
III
De nuevo delante del escriptorium decidió que la experiencia primaba sobre la profesionalidad y entendió como correcto modificar la oración y así comenzó a transcribir el códice por segunda vez. Todo era igual al original -pues él era también el ligator del códice-, salvo en una oración: "se cuenta que descendió la colina, se acercó a él y sugirió que toda cosa se moviera si era esa su voluntad".
Debido a la tardanza por transcribir el códice el escriba alegó pereza y suprimió sus paseos.
